“Sobre la grieta y la disputa por el sentido social” (Revista Hegemonía, septiembre 2020)

Columna de opinión publicada el 20 de septiembre del 2020 en “Revista Hegemonía”.

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 Sobre la grieta y la disputa por el sentido social

 Desde el equipo técnico del Frente de Todos, así como desde Juntos por el Cambio, conocen las ventajas de capitalizar el sentido social de la política nacional, que circula en redes y que se reproduce en la calle. En contexto de cuarentena, dirigentes, periodistas y conferencias de prensa eternas dirimen la carrera electoral que débilmente comienza a mostrarse de cara al 2021, y en la que el Gobierno fijará su consenso, la oposición tomará impulso de cara al 2023, o se fortalecerá una tercera opción electoral a largo plazo.

 Nuestra compleja nación nace de una tendencia casi ontológica a dividirse en dos, y pensarse en términos de antagonismos. Ya desde el proceso de la independencia, historiadores e intelectuales hacen un esfuerzo estéril para evitar caer en dicotomías que, tarde o temprano, las grandes mayorías recuperamos y expresamos en nuestro discurso: unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, kirchneristas y antikirchneristas, entre un sinfín de etcéteras. El concepto de una grieta, cuanto menos política, está profundamente instalado en nuestra sociedad actual. Y cada lado se esfuerza en sintetizar un margen ideológico que le permite conservar un núcleo duro, a través de sintetizar algunos sentidos sociales que convoquen a esos sectores de la sociedad. Sin embargo, ¿Qué sucede con todo aquello que no se encuentre de un lado ni del otro?

 Agrietados

 Con una democracia consolidada, sería impensado que esos antagonismos evocados se resuelvan de otra manera que no fuera mediante comicios. Y esta es una premisa inclaudicable, estimo, para todas las partes. En ese aspecto, el núcleo kirchnerista -¿o cristinista?- ha tenido que aprender sobre la alternancia a fines del 2015: tras más de una década ejerciendo el poder ejecutivo, sus semblantes ideológicos, así como muchos aspectos de su última gestión, se habían agotado entre los propios, perdiendo la mayoría. Sin embargo, de vencedores vencidos se trató la experiencia de la coalición Cambiemos, que duró un mandato y rápidamente perdió el consenso adquirido en los comicios que pusieron a Mauricio Macri en la función de presidente de la nación, como a María Eugenia Vidal en la gobernanza de la Provincia de Buenos Aires.

 El 2020 comenzó con una conducción nominal de los destinos del país en el presidente Alberto Fernández, y digo nominal porque, para propios y ajenos, esto fue solo posible a través de una idea de conducción estratégica por parte de Cristina Fernández de Kirchner. En la Provincia de Buenos Aires, la sorpresa la dio “La Cámpora”, a través de Axel Kicillof. Por otra parte, el espacio que venía dirigiendo el expresidente Macri comenzó a resquebrajarse, abriendo la posibilidad de nuevos liderazgos: en ese contexto adquirió fuerza el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, quien sí defendió su posición con un triunfo electoral.

 Y de pronto, ¡Cuarentena! Covid-19, encierro, una crisis económica casi sin precedente a escala global, y una serie de elementos que trajeron un marco de excepcionalidad al año político. Repentinamente la grieta cesó, y abril traía la sensación de acuerdo nacional: todos sentíamos que era necesario cuidarnos y el presidente, el gobernador bonaerense y el jefe de gobierno de la Ciudad convergieron en ese sentido. Pero los meses pasaron, y un nuevo sentido desplazó de eje a la cuestión sanitaria -que no pretendo deslegitimar-: la idea de falta de un plan político y económico complementario, a partir de un presidente que comenzó a contradecirse en sus decisiones, y que repentinamente se replegó en su núcleo duro.

  El sentido social de los núcleos duros de la cuarentena

 Grieta de nuevo. Movilizaciones, en principio marginales, que fueron creciendo y legitimando la emergencia de una nueva oposición, en la medida que se pasó de cuestionar el aislamiento, a señalar aspectos concretos de una crisis económica que, con los meses, alcanzaría a mayores segmentos de la población. Coincidentemente, los niveles de apoyo al presidente, en sondeos sobre la opinión pública, decrecieron sustancialmente, evidenciando no sólo una crítica externa sino interna -incluso entre exfuncionarios del gobierno de Cristina- y, por supuesto, en esas mayorías que no se identificaran, en principio, con ninguno de los supuestos dos lados.

 Y es que el consenso alrededor del Aislamiento Social y Preventivo Obligatorio (ASPO) se fue perdiendo en la medida que se complejizó la agenda: escalada inflacionaria, desempleo e índices de pobreza crecientes, y el paradigmático movimiento de intervención sobre Vicentín, que generó ruido en propios y opositores, tras un ida y vuelta que terminó en nada. Tras semanas de extensión indefinida de ASPO, el gobierno perdió la batalla por el sentido: la dicotomía “salud o economía”, que le dio un margen de credibilidad -somos más los convencidos de que la política sanitaria fue necesaria y relativamente exitosa-, fue cediendo ante la idea de “salud sí, economía también”, lo que derivó en una conclusión -verdadera o no- que hoy circula en redes, en medios y en la calle: el único plan de Alberto es el encierro.

 Agosto comenzó de forma positiva para el Ejecutivo nacional: hubo acuerdo con acreedores por el pago de la deuda. Lejos quedó lo que la mismísima Cristina señalaba en campaña, la revisión sobre el pago y la discusión sobre quienes lo financiarían. Hoy, se entiende, es suficiente como para llegar hasta fin de año -además de toda la batería de asistencialismo que tiene como bandera al célebre Ingreso Familiar de Emergencia (IFE)-. Con lo sucedido hasta ahora, los propios dirán que no es suficiente como para evaluar la gestión del nuevo gobierno nacional -y del nuevo gobierno bonaerense-. Sin embargo, los primeros movimientos por la captura de un sentido social mayoritario ya se pusieron en marcha, y tuvieron como punto de mayor euforia, al menos hasta ahora, la movilización opositora del 17 de agosto.

El sentido social que circula sobre la ‘ancha avenida del medio’

 Expresiones del kirchnerismo duro, que parecían haber sido guardadas durante las elecciones del año pasado, fueron retomadas en la medida que la oposición alzó la voz: con el plan de reforma judicial, ambos lados de la grieta se predisponen a discutir poder real nuevamente y volver a la era de los carpetazos, tan característica de la gestión de Macri. De consolidarse esta tendencia, quedarían muy en segundo plano las agendas que circulan hoy en redes y en la calle, entre ese sector mayoritario que no pertenece a ningún núcleo duro: inflación, inseguridad, desempleo, restricciones al sector privado y la necesidad de salir rápidamente de las consecuencias del aislamiento.

Esas agendas mayoritarias condensan sentidos que, increíblemente, no terminan de interpretar los dirigentes de ninguno de los dos núcleos duros. Agendas gubernamentales que articulen inmediatamente con las demandas colectivas, y que el filósofo argentino Ernesto Laclau llamó “significantes flotantes”: la unidad mínima de construcción de una hegemonía o consenso necesario para imponerse políticamente. Todos evocan estas agendas, claro, y de eso se trata; pero ni oficialistas ni opositores convencen a las mayorías, al menos hoy, de representar aquello. Si así fuera, no serían únicamente núcleos duros, y generarían un consenso pocas veces logrado en nuestra historia nacional.

 Esta conquista política, claro, es más fácil de montar cuando no se cuenta con los condicionamientos de pertenecer a uno u otro lado de la grieta. Así lo interpretó Sergio Massa -a quien le debo los créditos de la titulación de este último apartado-, que consiguió un interesante tercer puesto en las legislativas del 2013. Aunque sabemos, recientemente se reconcilió (¿?) con Cristina, y hoy es una cara muy visible dentro del Frente de Todos. Ante un supuesto descontento creciente con el Gobierno, y ante una posible incapacidad del equipo de Macri para reinventarse, resta preguntarse ¿Cuánto durará el porcentaje de adherencia con el que cuenta hoy el oficialismo? ¿Y los cuarenta puntos con los que se fue la actual oposición? ¿Qué posibilidades tendría una tercera opción electoral?

Quizás se lo estén preguntando los más heterodoxos dentro de ambos lados y, por qué no, quienes plantean críticas internas, como es en el caso de la emergencia de un peronismo disidente, que hoy parece encuadrarse detrás de las propuestas políticas que encabeza el exsecretario de Comercio Interior Guillermo Moreno, quien ha decidido separar al justicialismo, estratégicamente, de un potencial fracaso por parte de Alberto Fernández. Incluso, también, podrían emerger como candidatos alternativos al “mainstream” de la grieta algunos moderados que hoy se encuadran en alguno de ambos frentes, pero que podrían manifestar alguna escisión estratégica de cara a las legislativas del año próximo.

 Desde luego, todo se da en el contexto de un mundo que observa el fracaso de la globalización y la emergencia de sus fragmentos políticos: liberalismo exacerbado, nacionalismos de exclusión y modificaciones drásticas sobre la geopolítica heredada del siglo XX. En ese escenario, la grieta local queda chica y, además de la necesidad de decisiones en relación con la política interna, se impone una nueva agenda internacional que exige una mirada mucho más amplia que la mezquindad de evitar que el adversario nacional se imponga sobre los propios intereses.

 

 En todo caso, si la política adquiriera las características de una lógica matemática -o al menos de una semiótica social como la que propusiera el semiólogo argentino Eliseo Verón-, quienes mejor sinteticen estos sentidos sociales circulantes, mejor posicionados estarían de cara a las definiciones que se aproximan. Claro está, esto lo dejo a criterio de los asesores de cada dirigente. Importa, para nuestra democracia, que al menos la clase política procure -por una cuestión ética- recuperar la agenda de las mayorías, y mejorar la calidad de vida de los argentinos, indiferentemente de sus planes de permanencia en el ejercicio del poder.

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